viernes, 2 de junio de 2017

“ACUERDOS DE PARÍS Y RESILIENCIA AL CAMBIO CLIMÁTICO”

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Es innegable que a través del curso de la historia, el andamiaje de la naturaleza del hombre se ha caracterizado por su desdén hacia las cosas productivas, benéficas, coherentes y, peor aún, hacia aquellas que le permitirían su propia supervivencia.

A las claras se tiene a un individuo con una naturaleza complicada que lo mueve a realizar acciones que atentan no solo contra su permanencia en el planeta, que se nos fue prestado, sino también para la sostenibilidad de los recursos que necesitarían nuestros descendientes. Esta manera egoísta de actuar es la que precisamente mantiene a los seres humanos en unos profundos desequilibrios en todos los ámbitos que sostienen su existencia.

El reloj de la vida marca rápidamente el cruce por el puente de nuestra existencia y claramente perdemos la batalla por la indiferencia con la que tratamos al medio ambiente, frente a la disminución y/o pérdidas indudables de los recursos naturales que erróneamente creemos que son nuestros e interminables; permitimos que aquellos que se creen con el derecho de ejercer acciones en las que se antepone la supervivencia económica por encima de la supervivencia de la vida, gobiernen y actúen más severa y efectivamente en una muestra clara del egoísmo propio de la naturaleza complicada de los seres humanos.

A través de la historia, hemos visto que se trata de hacer acuerdos que permitan la convivencia entre los individuos y poco importa si esos tratados contengan acciones que promuevan el seguir en el planeta sin las consecuentes alteraciones que le hemos provocado. De nada sirve que se comprometan a ejercer prácticas para reducir la contaminación si se está sometido a la maquinaria económica que está detrás del poder, a la sentencia nefasta del uso de los combustibles fósiles hasta las últimas reservas posibles. No son efectivos estos acuerdos sino existe un verdadero compromiso para frenar las actividades que vayan en contra de los recursos que le permitirían a las sociedades futuras una sostenibilidad en el tiempo sin miramientos ni jerarquizaciones económicas.

Pero, ¿quién dijo que el proteger el ambiente no es una ganancia económica, además de física, social y ambiental?





Uno de esos Acuerdos que tratan de juntar a un planeta que claramente llora por lo que le hacemos de manera directa e indirecta, es el negociado durante la  XXI Conferencia sobre Cambio Climático (COP 21) por los 195 países miembros, adoptado el 12 de diciembre de 2015 y abierto para firma el 22 de abril de 2016 para celebrar el Día de la Tierra. Conviene decir que el fin exclusivo de este pacto, denominado “Acuerdos de París” - conforme al propio texto del instrumento internacional, tal como se enumera en su Artículo 2 -, es: "reforzar la respuesta mundial a la amenaza del cambio climático, en el contexto del desarrollo sostenible y de los esfuerzos por erradicar la pobreza". Para poder llevar a cabo lo que allí se dice, se propuso realizar tres acciones específicas:

  •     Sostener el incremento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2°C comparados con los niveles preindustriales, y redoblar los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5°C con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo que ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático;
  •     Acrecentar la capacidad de adaptación a los efectos adversos del cambio climático y promover la resiliencia al clima y un desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero, de un modo que no comprometa la producción de alimentos;
  •     Elevar las corrientes financieras a un nivel compatible con una trayectoria que conduzca a un desarrollo resiliente al clima y con bajas emisiones de gases de efecto invernadero.


Recordemos que la capacidad de resiliencia que tiene un ecosistema en especial, está fuertemente relacionada con la destreza y con la riqueza de las especies para soportar un impacto o una perturbación determinada de tal forma que le permita regresar a las condiciones previas a esa perturbación. Es decir, que este sistema tendría resiliencia si, a pesar de verse sometido a esas perturbaciones o alteraciones, es capaz de seguir existiendo y funcionando esencialmente de la misma manera.

Pero me gustaría que hiciéramos las siguientes reflexiones: ¿es posible la resiliencia al clima si se sigue actuando de manera egoísta ante nuestro propio futuro y ante la sostenibilidad de las generaciones futuras? ¿existe la posibilidad de que se consiga la resiliencia al cambio climático si lo que se observa es que a diario se atentan contra los recursos naturales de una manera despiadada ante la mirada indiferente de una sociedad que se niega a creer en que es necesario y relevante no llegar al punto de inflexión que le negaría la sostenibilidad y la supervivencia a ese mismo ser humano de naturaleza complicada? ¿hasta cuándo vamos a esperar para tomar verdaderas acciones, que sean eficientes y reales en materia de protección, de conservación, de mitigación de tal manera que se evite la destrucción total?

No es de mi naturaleza el mostrar pesimismo o una visión apocalíptica de los hechos, pero sí creo firmemente que debemos ejercer nuestro derecho a vivir en justas condiciones, en amables y respetuosas interacciones con los recursos naturales y en armonía con la vida. Creo que el anuncio, este pasado 1 de junio de 2017, por parte del Presidente Donald Trump (con su "particular" naturaleza complicada) de la retirada de Estados Unidos de este Acuerdo - debido sus promesas de campaña en pro de los intereses económicos de la nación y de sus grupos económicos particulares a los que no les importa nada sino su capital económico y el poder tras el poder - es una oportunidad para que el mundo despierte y vea cómo los intereses privados de algunas empresas económicas manejan como títeres al resto de las personas porque su indiferencia se los permite. Es una ocasión para que el mundo entero vea que los Acuerdos solo serán útiles y efectivos si se cumple valientemente con lo pactado y se encamina a esa resiliencia de la cual tanto se ha hablado.

Este compromiso no es solo de los países desarrollados; recordemos que todos debemos poner nuestro granito de arena para garantizarle a nuestros hijos su supervivencia. ¡Entre todos podemos!.